martes, 26 de marzo de 2013

Ladrón de infancia


  Thania fijó su rostro, aún infantil, delante del espejo, roto y desintegrado por las esquinas. No le gustó lo que vio. No le gustaba desde hacía ya dos semanas, cuando sus padres decidieron cambiarla por una lavadora, con la esperanza de que su hija tuviera mejor futuro con el hombre que la compraba.
Se equivocaron. Les engañaron. Se engañaron a ellos mismos. ¿Todavía no habían aprendido de la vida que nada en ella era gratis?¿Que no existía la gente buena y solidaria, sino un puñado de intereses maliciosos con patas?
Con su metro y cincuenta y seis centímetros, ella ya era consciente de aquella enseñanza de vida que no se aprende en habitaciones cuadriculadas repletas de pupitres, pizarras y maestros que piensan que las únicas enseñanzas válidas son las que ellos prestan. Thania había aprendido a desconfiar hasta de su propia sombra, a no regalar nada por pena o compasión, y a aprovechar cualquier contexto u horario para ejercer su impuesta profesión.
Con tan sólo doce años, sus ropas y pinturas, atusadas suavemente en su enjuto cuerpo, le daban el aspecto de una chica de dieciséis. Sus pechos todavía eran tenues bultos difíciles de detectar bajo el vestido estampado, pero no era una desventaja, pues su cuerpo presentaba unas curvas infinitas muy deseadas por los hombres.
Recordaba la noche anterior, en la que un importante hombre de negocios se había presentado en la casa de su dueño para solicitar una noche con ella. Una noche intensa y oscura de la que Thania se acordaría el resto de su vida.
Cuando ambos llegaron al hotel, el importante hombre de negocios instó a Thania a entrar en la habitación. Tras la pulcra puerta del hotel de cinco estrellas, aguardaban otros tres hombres con los que Thania también habría de compartir su noche. Todos estaban ebrios y sus miradas ardían de deseo cuando se posaban en su joven cuerpo, cual manzana roja y sabrosa, pero sin veneno.
Las horas restantes a su llegada, transcurrieron lentas, silenciosas e indiferentes al sufrimento de Thania. En aquel momento no hubo un Dios para ayudarla, no había un ángel para salvarla. Y a la mañana siguiente, mientras ella se lavaba en el desvencijado cuarto de baño de la casa de su dueño, tampoco hubo nadie para secar sus lágrimas y consolarla.
¿Por qué ella? ¿Qué había hecho, a qué o a quién había cabreado para merecer todo aquello?
La voz de su dueño le regresó a la realidad, mientras le ordenaba que fuera ya hacia su habitación.
Thania se lavó la cara, calmando sus rojizos e hinchados ojos, frutos del desconsuelo, y caminó hacia la habitación de su dueño, semidesnuda, preparada para otra nueva enseñanza. Observó al ladrón de su infancia con mirada vacía, imperturbable, y avanzó decidida hacia unos brazos que jamás regalarían felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario